Aturdidos continuamente

Después de varios meses sin viajar he vuelto a frecuentar los aeropuertos. Concretamente he estado viajando a Schiphol, uno de mis preferidos, y también a Frankfurt. Ahora mismo estoy en mi quinta semana consecutiva viajando de lunes a jueves y el cansancio empieza a hacer mella.

Ha sido durante esta última semana cuando me he dado cuenta de algo que - aunque ya sospechaba - me tenía totalmente aturdido. Al estar fuera y tener los datos del móvil desactivados durante todo el día uno vuelve a ver la vida como era antes del whatsapp, el facebook y demás redes sociales.

Donde más lo he notado ha sido en la oficina. El lunes no me preocupe de pedir la clave del wifi y así poder mantener mi móvil "silenciado". Durante ese día pude hacer mucho más que otros días y además me fui con la sensación de que había estado súper centrado. Parece una tontería pero el estar consultando el móvil cada cinco minutos y el ser distraído con los comentarios y chistes chorras de los diferentes grupos de whatsapp me hacía perder un montón de tiempo y de concentración.

Además, al llegar al hotel y conectar el móvil al wifi, al ver los cientos de mensajes acumulados durante el día y darme cuenta de que no había nada relevante en ellos me confirmó que se podía vivir perfectamente sin tanta "conectividad". Ha sido una gran suerte poder darse cuenta de esto de forma tan palpable y ahora me propongo tener los datos del móvil apagados hasta el final de la tarde.

Pero ha habido algo muy relacionado que también me llamó la atención esta semana. Fue al entrar en las oficinas del Deutsche Bahn para comprar el billete del tren que cada día me lleva entre Heidelberg y Walldorf cuando me llamó la atención el ver que ahí también tenían TVs con las noticias del día. Si uno se fija, vaya donde vaya casi siempre hay una pantalla a la que mirar y perder el tiempo viendo lo que ha pasado en el mundo, en su país o en el pueblo en el que uno se encuentre.

A lo mejor exagero pero me recordó a una de esas películas del futuro en las que todo el mundo está como atontado, siempre mirando una pantalla y sin capacidad propia para pensar o actuar.

Sobre andar a la deriva y retomar el rumbo


Recuerdo muy bien como en 1997 estaba empezando 1º de ESO. Estaba abatido en mi pupitre escuchando una introducción de nuestro profesor encargado a lo que iba a ser ese curso. Tendríamos asignaturas nunca vistas hasta entonces: Física, Química y Francés.

Siendo un paquete con las mates y con el inglés, la perspectiva de hacer frente a estas asignaturas me intrigó y recuerdo como me dí cuenta de que ya no valdría con "escurrir el bulto", es decir, hacer lo mínimo y acabar sacando una nota entre el 6 y el 7,5. Tendría que ponerme las pilas. A pesar de estas reflexiones que hice por aquél entonces, llegó la pre-evaluación y me demostró que realmente no me había puesto las pilas, tal y como pretendía interiormente.

Y esto es algo que desde entonces ha sido casi una constante en mi vida en alguna medida. Hasta que no le veo las orejas al lobo no espabilo y sobretodo no meto la cabeza en lo que estoy haciendo. Muchas veces se trata de auto-complacencia o de simplemente dejarse llevar.

No pretendo auto-fustigarme. Me gustaría reflexionar sobre como la rutina o la falta de horizontes claros en el desempeño de un trabajo acaba por conseguir que perdamos el norte. Como siempre hay grises este perder el norte se traduce desde algo leve como puede ser la desgana en el desempeño de las labores profesionales hasta - en los casos más graves - la total dejadez. Hace unos meses toqué fondo, es decir, llegué al negro de esa escala de grises. Fue mi padre quién me hizo ver que me veía totalmente disperso, quejándome de mi trabajo y poniendo todo tipo de excusas a mi evidente bajo rendimiento y apatía laboral.

Ese momento en que me dí cuenta de que llevaba más de dos años a la deriva, sin metas claras, sin luchar, sin rendir al máximo; Me recordó a mi mismo sentado en aquél pupitre 17 años atrás. Fuí consciente de que había que poner la sala de máquinas en marcha, o encallaría en los arrecifes de la mediocridad. Fue horrible.

Siguiendo con el símil náutico, poner en marcha unas maquinas que han estado paradas o al ralentí durante más de dos años se convirtió en motivo de congoja y de tribulación. Por un lado contemplaba esa maquinaria oxidada y me venían flashes de los signos de mi inmadurez; Ese beber compúlsivamente en noches de fiesta, esa dejadez en el orden de las cosas, la falta de lecturas provechosas, de ratos de estudio, las conversaciones banales...Todo eso me produjo asco y arrepentimiento.

Al mismo tiempo estaba agradecido de haber podido darme cuenta. Poco a poco empecé a luchar por hacer bien las cosas más pequeñas, empecé a fijarme metas a muy corto plazo, empecé a usar la agenda y ha meter los cinco sentidos en lo que estaba haciendo. La satisfacción del trabajo bien hecho fue invadiéndome de nuevo. ¡Qué horrible es la mediocridad y qué grande es el poder del trabajo bien hecho!