Sobre andar a la deriva y retomar el rumbo


Recuerdo muy bien como en 1997 estaba empezando 1º de ESO. Estaba abatido en mi pupitre escuchando una introducción de nuestro profesor encargado a lo que iba a ser ese curso. Tendríamos asignaturas nunca vistas hasta entonces: Física, Química y Francés.

Siendo un paquete con las mates y con el inglés, la perspectiva de hacer frente a estas asignaturas me intrigó y recuerdo como me dí cuenta de que ya no valdría con "escurrir el bulto", es decir, hacer lo mínimo y acabar sacando una nota entre el 6 y el 7,5. Tendría que ponerme las pilas. A pesar de estas reflexiones que hice por aquél entonces, llegó la pre-evaluación y me demostró que realmente no me había puesto las pilas, tal y como pretendía interiormente.

Y esto es algo que desde entonces ha sido casi una constante en mi vida en alguna medida. Hasta que no le veo las orejas al lobo no espabilo y sobretodo no meto la cabeza en lo que estoy haciendo. Muchas veces se trata de auto-complacencia o de simplemente dejarse llevar.

No pretendo auto-fustigarme. Me gustaría reflexionar sobre como la rutina o la falta de horizontes claros en el desempeño de un trabajo acaba por conseguir que perdamos el norte. Como siempre hay grises este perder el norte se traduce desde algo leve como puede ser la desgana en el desempeño de las labores profesionales hasta - en los casos más graves - la total dejadez. Hace unos meses toqué fondo, es decir, llegué al negro de esa escala de grises. Fue mi padre quién me hizo ver que me veía totalmente disperso, quejándome de mi trabajo y poniendo todo tipo de excusas a mi evidente bajo rendimiento y apatía laboral.

Ese momento en que me dí cuenta de que llevaba más de dos años a la deriva, sin metas claras, sin luchar, sin rendir al máximo; Me recordó a mi mismo sentado en aquél pupitre 17 años atrás. Fuí consciente de que había que poner la sala de máquinas en marcha, o encallaría en los arrecifes de la mediocridad. Fue horrible.

Siguiendo con el símil náutico, poner en marcha unas maquinas que han estado paradas o al ralentí durante más de dos años se convirtió en motivo de congoja y de tribulación. Por un lado contemplaba esa maquinaria oxidada y me venían flashes de los signos de mi inmadurez; Ese beber compúlsivamente en noches de fiesta, esa dejadez en el orden de las cosas, la falta de lecturas provechosas, de ratos de estudio, las conversaciones banales...Todo eso me produjo asco y arrepentimiento.

Al mismo tiempo estaba agradecido de haber podido darme cuenta. Poco a poco empecé a luchar por hacer bien las cosas más pequeñas, empecé a fijarme metas a muy corto plazo, empecé a usar la agenda y ha meter los cinco sentidos en lo que estaba haciendo. La satisfacción del trabajo bien hecho fue invadiéndome de nuevo. ¡Qué horrible es la mediocridad y qué grande es el poder del trabajo bien hecho!


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